Début

Humberto López
05/30/2024

A principios del mes de marzo pasado, caí en el hospital. Mi hermano me tomó en mi casa y me llevó a la sala de urgencias, ahí me recibieron con una silla de ruedas que francamente sí necesité. Los médicos, luego de evaluarme y estudiarme por un par de horas, manifestaron gran preocupación al leer uno de los resultados obtenidos de mi sangre: glucosa de 1,265 mg/dl. Decidieron colocarme en terapia intensiva donde pasé dos noches.

Mi único pensamiento en ese punto fue “esto va a salir caro”.

Al parecer, me perdí gran parte de lo que sucedió conmigo las primeras horas desde mi llegada al hospital, ya sea porque dormía o porque me sentía demasiado cansado como para poner atención. Sin embargo, dentro de los momentos conscientes que tuve, recuerdo a uno de los médicos referirse a mí como “debutante”. Si usted sabe algo sobre la glucosa en la sangre, habrá notado que el número 1,265 es sumamente elevado. El médico que anunciaba mi debut se acercó a explicar cómo este número era 12 veces superior al nivel común, me explicó también la relación entre la insulina, la grasa, el hígado, la glucosa y las células; todo esto para culminar con el diagnóstico de cetoacidosis diabética. De la manera más dramática posible debuté como diabético.

Si algo se ha de hacer, se hará con teatralidad.

Mis principales preocupaciones por mi paso en terapia intensiva ni siquiera tenían qué ver con si saldría con vida. Por alguna razón, yo siempre estuve seguro que eso no me iba a matar a pesar que cada que leo sobre la tal cetoacidosis siempre aparece la advertencia sobre su letalidad. Me preocupaba más la incomodidad de la camilla. Nunca paré de girarme sobre la camilla. Mi otra preocupación fue cuidar que los tubos y cables que partían de mi cuerpo no se desprendieran cada que me giraba sobre la camilla. Me quejé tanto del dolor al permanecer acostado que el médico dijo que me darían un analgésico. Esperaba algo fuerte y eficaz pero solo añadieron una botella de paracetamol a los tubitos de mi brazo derecho.

Cada dos horas una persona se acercaba a tomar una muestra de sangre para estudiarla y corroborar mi respuesta favorable al tratamiento. Esto de “encontrar la vena” pareciera una de las labores más complejas para el personal médico, tomaba al menos 3 intentos para por fin acertar en el área adecuada. Con las marcas de los pinchazos que quedaron en la piel al interior de mis brazos y en el dorso de mis manos se podía trazar el recorrido de esas escurridizas venas. Y cada par de horas me añadían más.

Luego de ese par de noches, mi mejora fue aceptable y fui retirado de cuidados intensivos. Me llevaron a otra habitación donde la observación continuaría pero ya no tan intensiva, supongo. Revisaban mi sangre con un glucómetro, mi brazo derecho aún conectado a una botella con solución hidratante y la camilla ahí también era incómoda. Comencé a notar que la temperatura era perturbantemente neutra, no había calor y tampoco se percibía alguna brisa fresca ni cuando abrían la puerta para entrar a tomar mis signos vitales. Al menos ya me permitían ponerme de pie e ir al baño con decencia en lugar de hacerme usar un cómodo desechable que colapsa al momento que te sientas en él.

Pasé dos días en esa habitación templada. En la tarde del segundo día me entrevistó una nutrióloga para luego darme una guía de alimentos que recomienda consumir ahora que tengo diabetes. Me visitó el director del hospital para disculparse por el incidente con el cómodo desechable y colapsable. Me visitó el médico una última vez para darme mi receta: metformina cada 12 horas, dapagliflozina —mi nuevo medicamento favorito —cada 24 horas e insulina cada día. Me habló de la posibilidad de darme de alta esa misma tarde. Fue muy rápido el paso de esa posibilidad al hecho, hasta se sintió apurado. Ya me estaban corriendo.

Luego del paso por la farmacia para surtir mi receta y conseguir un glucómetro, el starter kit diabético, llegué a casa. Ya por mi cuenta, solo, fuera de la vista de mis familiares que pasaban el tiempo posible conmigo en el hospital, lejos de la atención del personal del hospital, en mi habitación donde sí había brisa fresca, toda la experiencia por fin se asentaba: soy diabético y la sensación es horrible.

Début — Humberto López